Liderazgo en aviación
El concepto de liderazgo está particularmente de moda en la actualidad, ya que lo escuchamos constantemente en los ambientes de negocios, así como en la plaga de influencers en redes sociales que pretenden enseñarnos cómo alcanzar las metas profesionales. Generalmente, una de las características necesarias para poder lograr un desarrollo profesional que permita llegar a las más altas cotas suele ser tener dotes de liderazgo.
El liderazgo se puede definir de muchas maneras. Una definición sencilla es la capacidad que tiene un individuo de influir en los demás de tal forma que consigue cohesionar a un grupo y hacer que cada persona saque lo mejor de sí misma, con el objetivo de alcanzar una meta común.

Si trasladamos este concepto al sector aeronáutico, es indudablemente una característica deseable en cualquier tripulante. Sin lugar a dudas, se van a buscar indicios en una entrevista que sugieran que el candidato tiene al menos el potencial para ser un futuro líder. Esto es así debido a la naturaleza de la progresión en este sector. Un copiloto, algún día, será comandante. Un/a auxiliar, algún día, será un/a sobrecargo.
Cuando se desarrollan los cursos que preparan a estos profesionales para su ascenso a comandante, a sobrecargo o a cualquier otro puesto de responsabilidad, se presenta una visión del liderazgo algo superficial. Los cursos suelen ser bastante generales y ofrecen una teoría un tanto vaga. Generalmente, se estudian los tipos clásicos de liderazgo y se explican los rasgos deseables para trabajar en equipo: una persona que escucha, que entiende las necesidades del grupo, que está orientada a la consecución del objetivo, que sabe sacar el máximo de cada uno de los individuos y que involucra a los miembros del equipo en la toma de decisiones.
Existen muchos tipos de liderazgo, y cuando uno realiza un curso habitual, lo único que le queda claro es que el liderazgo autoritario es totalmente indeseable. Se rechaza la idea de un líder frío, que toma decisiones de manera unilateral, que cree saber cómo resolver los problemas y que intenta aplicar su experiencia y conocimiento por encima de los aportes (muchas veces erróneos) que puedan hacer los demás miembros del equipo, especialmente en situaciones críticas.
Más allá de todas estas clasificaciones y etiquetas para darle forma al liderazgo, yo prefiero adherirme a una clasificación más simple, que promueve Daniel Goleman: líderes resonantes y líderes disonantes. El líder resonante tiene una buena capacidad de gestión emocional, por lo que entiende las necesidades de su equipo y consigue generar un ambiente positivo. Por otro lado, el líder disonante no está en sintonía con las necesidades emocionales de su equipo y está totalmente centrado en la consecución del objetivo.

La evidencia en el campo de la psicología y la gestión emocional nos muestra que un estilo de liderazgo disonante no es sostenible a largo plazo, ya que genera un ambiente negativo, desmotivación y frustración en los miembros del equipo. Sin embargo, en determinados casos se muestra efectivo a corto plazo en cuanto a la consecución de objetivos, sobre todo cuando el líder tiene una alta competencia. Es eficaz en la típica situación de una empresa en problemas, que necesita a un “salvador” que haga lo que sea necesario, sin preocuparse por si esas medidas son populares o impopulares, o si fomentan un ambiente más o menos positivo, porque lo importante es alcanzar el objetivo.